La reforma militar de Almanzor en el siglo XI


Abrigaba al-Mansur el temor de que sus tropas regulares, las cuales formaban al principio un grupo homogéneo, se pusieran de acuerdo para tratar de arruinar su poderío, o se coaligaran para resistirle, cuando les ordenaba algo que habrían de cumplir de buena o mala gana. Tras de examinar este hecho con ojos bien despiertos, llegó a la conclusión de que sus tropas deberían estar compuestas de gentes de diferentes tribus y de elementos heterogéneos, para que, si uno de los grupos intentaba rebelarse, pudiera reducirlo apoyado en los demás. Por otro lado, sentía la necesidad de reformar su ejército y acrecentarlo con el mayor número posible de soldados, para poder penetrar en territorio enemigo y sembrar en él la devastacion cuando quisiese.

Movido por estas razones, hizo venir a al-Andalus aquellos señores, guerreros y soldados beréberes de cuyo espíritu militar y valor tenia noticia. Al mismo tiempo, difundida entre las gentes la noticia de la guerra santa, acudieron a reunirse con él desde la Berberia oriental caballeros cuyas hazañas, virtudes y valentía son harto notorias, y con los cuales pudo al-Mansur organizar contra los cristianos campañas en las que ellos formaban el núcleo más sólido del ejército; núcleo en el que, llegado el momento del combate y del encarnizamiento de la lid, podia depositar mayor confianza. Entre estos jefes beréberes, de los que tenían una inteligencia más sutil y unas miras mas elevadas eran nuestro tío abuelo Zawi ibn Ziri, y, tras él, su sobrino Habus ibn Maksan ( Dios esté satisfecho de entrambos ). Ellos daban siempre su opinión, cuando se les consultaba en los asuntos, y, además, tenían jurisdicción sobre los demás elementos del ejército, que les estaban subordinados.

Fue de esta suerte como Ibn Abi Amir llevó a cabo su reforma militar, realzó el prestigio del Califato, subyugó a los politeístas y exhortó a todos los musulmanes a participar en sus campañas. Los súbditos de las tierras de al-Andalus se declararon, sin embargo, incapaces de participar en ellas, haciendo valer ante Ibn Abi Amir que no se hallaban preparados para combatir y, por otra parte, que su participación en las campañas les impediría cultivar la tierra. No eran, en efecto, gente de guerra, y, en vista
de ello, Ibn Abi Amir los dejó emplearse en la explotacion del suelo, a cambio de que todos los años, previo acuerdo y a satisfaccion de todos ellos, le entregasen de sus bienes los subsidios necesarios para equipar tropas mercenarias que los sustituyesen. Les fijó, pues, tributos, ingresó en las cajas del Tesoro aquellas sumas que le entregaban las gentes, y les sacó [todo el dinero que podian darle], con lo cual equipó su ejército. Dichos tributos continuaron pesando sobre los andaluces... [laguna]... e Ibn Abi Amir pudo así lograr el fin que se habia propuesto, como ya hemos explicado.

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asta entonces la población había podido vivir tranquilamente, sin mas que pagar el azaque sobre sus bienes, ya consistiesen en numerario, o en cereales o en ganado; azaque que era distribuido entre los menesterosos de cada localidad, sin que los gobernantes tomasen nada de él, a no ser para el sostenimiento de los ejércitos y la organización del gobierno, sin los cuales nada subsistiría en el mundo, porque si los soberanos no protegiesen y defendiesen a sus súbditos, ni fortificasen sus Estados, entonces los súbditos no encontrarían gusto a la vida ni les sería agradable vivir fijos sobre un determinado territorio. Todo iba, pues, perfectamente en el país, donde reinaban el orden y el bienestar. Al-Andalus, tanto en lo antiguo como en lo moderno, ha sido siempre un país de sabios, alfaquies y gentes de religión, que eran a quienes estaban confiados todos los negocios, salvo lo concerniente al séquito, esclavos y milicias del soberano. Podía éste sacar dinero a los unos y dárselo a los otros, con objeto de constituir un ejército y elegirlo entre lo mejor para ofrecer a los musulmanes la conveniente defensa, tanto mas cuanto que tales sumas que le entregaban no pesaban sobre los bienes raíces ni sobre las ganancias de sus súbditos, y estaban destinadas únicamente a velar por el interés de los musulmanes. Las injusticias de que éstos podian ser victimas, asi como las diferencias que podian surgir, y en general todos los litigios, se resolvian conforme a la Zuna y eran de la competencia del cadi del lugar.

Cuando concluyó la dinastía amiri y la población se quedo sin imam, cada caid se alzo con su ciudad o se hizo fuerte en su castillo, luego de prever sus posibilidades, formarse un ejército y constituirse depósitos de víveres. No tardaron estos caides en rivalizar entre si por la obtencion de riquezas, y cada uno empezo a codiciar los bienes del otro. Ahora bien: si es difícil de resolver un asunto entre dos personas, cuánto más no había de serlo entre múltiples soberanos y pasiones contradictorias?... [laguna de tres líneas ilegibles por la humedad]... en virtud de un decreto previo establecido por la voluntad de nuestro Señor, que carece de asociado.

FUENTE
Abd Allah,
El siglo XI en 1ª persona, Madrid, 1980, pp. 81-84.
M. Tuñón De Lara, dir.
Textos y documentos de historia antigua, media y moderna hasta el siglo XVIII, Historia de España, tomo XI, Barcelona, 1984

IMÁGEN
Almanzor. Zurbarán.
Ilustración de la Mezquita de Córdoba.

1 comentarios:

Anónimo dijo...
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